Llegó, casi reptando, a arrumbarse al sofá de cuero de la suite. Lo bueno era que se trataba de una presentación pequeña en una ciudad pequeña, con un hotel igual de pequeño y un número de pisos de la misma condición. Alcanzó con su brazo la roseta de atrás del sofá y árrancó en cordón del teléfono, en un intento vano de perfeccionar su descanso. Sin embargo, la ovación seguía escuchándose a través de los ventanales cerrados y a los bodyguards (porque eran de una empresa americana) empujando las multitudes y pidiendo refuerzos por la radio a la policía local.
Ya estaba harta. Empero, seguía su lucha por dejar su arte, por esperar a que alguien, en una campaña por mejorar el mundo, se dignase de usar su música, sus letras, sus guitarrazos y sus sintetizaciones raras, sea como una herramienta o bien como un estandarte. Ah, pero ¿que es lo que esperaba la gente que la escuchaba? No veían mas que unas torneadas piernas, un culo redondito y unas tetas sabrosas moviéndose al compás de una música de moda.
Ella lo sabía. Se dejó prostituir por la industria de la música pop. Se dejó manosear por el productor de su disquera actual. Dejó que unos asquerosos y rosados ingenieros en audio y unas cuarentonas licenciadas en marketing violaran la integridad de sus loops y de sus beats, con tal de vender un poco más y ser “radiable”. Dejó que sus letras, que eran de melancolía y odio puros (los sentimientos más nobles) fueran convertidas en cursis historias de amor quinceañero y rimas bailables.
Ahora, que estaba en la cima, estaba en una posición privilegiada. Sus mejores creaciones, que habían permanecido lejos de la disquera, al fin formaban su primer EP, su primer proyecto, realmente de ella y no de la asquerosa disquera. Tomó el compacto, lo colocó en viejo equipo Bose que tanto trabajo le costó comprar cuando era una niña. Se puso a recordar cinco segundos esa vieja historia y pulsó Play, tan sólo para revisar que el sonido fuera perfecto.
De pronto, el sonido de un excusado tragando agua interrumpió el análisis de la joven. De la puerta del baño salió el señor Cabrera, su productor en jefe, con un bigote desaliñado, los lentes chuecos, el andar descompuesto, una expresión aterrorizada y una navaja suiza entre los dedos de la mano derecha.
- Medusa Linares, no me digas que esa porrrquería de trabajo es tuyo. ¡Ni pienses que dejaré que lo hagas… que arruines tu carrera y la mía de paso!
En la foto: Melissa Auf der Maur